Un mundo raro
¿Y
si el universo, con todos sus seres, hubiera nacido digital y al cabo
de los siglos hubiéramos inventado (o descubierto) el mundo
analógico? ¿Migraríamos desde los bits a los átomos con la pasión
con la que vamos de los átomos a los bits? ¿Nos despertaríamos a
medianoche para abrir el ordenador y a través de su pantalla
ingresar en el extraño territorio de los seres de carne y hueso?
¿Encontraríamos tanto placer en navegar por la realidad analógica
como el que nos proporcionan nuestras excursiones a la digital? ¿En
cuál de las dos habría más peligros, más trampas, más insectos?
¿Tendríamos miedo de que nuestros hijos adolescentes, tras
encerrarse en su cuarto, se fugaran a través del ordenador al mundo
que hoy conocemos como real, con sus plazas y sus avenidas y sus
tiendas de chinos? ¡Qué asombroso resultaría, para los nativos del
mundo virtual, recorrer esas calles de tres dimensiones (cuatro, si
añadiéramos la del tiempo), penetrar en dormitorios anchos y altos
y profundos, follar con cuerpos llenos de sangre, a 37 grados de
temperatura, y dotados de una plasticidad mortal! ¡Cómo nos
asombraría esa región vista desde la otra! ¡Con qué pánico nos
acercaríamos cada día al portátil, como el que se acerca a una
grieta dimensional por la que se accede a un mundo raro! ¡Y qué
perturbador resultaría, sabiéndonos digitales, tener hijos
analógicos, procedentes de nuestras excursiones al otro lado de la
pantalla, al otro lado de la vida! ¿Serían los individuos de carne
y hueso los neandertales de los engendrados con bits o viceversa? Me
pregunto también si cuando muriéramos en el mundo de los bits,
nuestros cuerpos continuarían dando vueltas en el de los átomos. Y
por último: ¿existe ya la posibilidad de nacer completamente
digital para adquirir posteriormente, desde esa naturaleza sutil, una
identidad analógica?
-
Juan José Millás-
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